…El cabo Hopkins repartía las cartas con la izquierda. En unos días le
repatriarían a casa. Todos le mirábamos con envidia. Sabíamos que no había sido
una bomba la que se llevó su brazo, si no un buen amigo carnicero, con mucha
maña, y una puesta en escena de película simulando un ataque enemigo. Nadie se
chivó de su secreto, todos deseábamos
volver a casa aunque fuera con algún miembro de menos, en vez de en un ataúd.
Aquella guerra era una locura impuesta por locos ambiciosos, así que mientras
esperábamos desesperanzados, todos intentábamos hacernos amigos del carnicero…
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