martes, 20 de octubre de 2015

El reparto de la tarta

La abuela acababa de sacar la tarta del horno, todos estábamos expectantes en la cocina, pero ella con su energía de siempre nos mandó al salón mientras la terminaba de decorar con chocolate y la nata.
El abuelo dijo que como él era el mayor debería tener un trozo más grande, a lo que papá “El Gordo” dijo que él, por su tamaño, necesitaba el trozo más grande. Mi hermano “El alto” dijo que si era por tamaño, él superaba a todos y que el trozo mayor debería ser suyo. Yo, no me quedé corto, dije que al ser el pequeño estaba en periodo de crecimiento y lo necesitaba más que ninguno. Mi madre “La golosa” dijo que ella también lo quería porque trabajaba mucho y necesitaba energía y mi hermana “La delgada” dijo que ella estaba estudiando y que a su cerebro le hacía falta mucho azúcar.

Estábamos en esa lucha cuando apareció la abuela con un plato para cada uno, con un trozo idéntico en cada plato, y nos lo repartió. Se hizo el silencio y cada uno se centró en su plato.

El abuelo tras probar un trozo dijo que con la diabetes que tenía no le convenía comer tanto y le ofreció lo que quedada de su trozo a papá “El gordo” que aceptó encantado.
Mamá al final comprendió que el trozo era muy grande y no podía con él y se lo ofreció a mi hermano “El largo” que también se relamió de gusto.
Mi hermana “La delgada” pensó en sus caderas y la mitad de su tarta me la ofreció a mí.
Todos terminamos contentos con la deliciosa tarta.

Cuando le llevé los platos a la cocina le pregunté a la abuela que porque nos había dado a todos el mismo tamaño de tarta, siendo todos tan distintos, y ella me dijo.
-¡Nunca acertaría a saber qué cantidad quiere cada uno y fomentaría la envidia si doy a unos más que a otros!. De esta forma habéis compartido entre vosotros y así no ha sobrado nada, si hubiera repartido a cada uno tanta tarta como queríais ahora estaría la mitad en la basura porque os habríais saciado y no querríais las sobras de nadie. De esta forma aún tengo la mitad de la tarta para que podáis repetir mañana. ¿Qué te parece?.

Entonces pensé que la abuela era muy sabia y que cocinaba ¡de miedo!...

lunes, 12 de octubre de 2015

Enterrador por vocación

Encendió el cigarro y aspiró lentamente, mientras dejaba su mente en blanco. Estaba cansado, había sido un día duro. Había tenido tres entierros seguidos, cosa poco frecuente, dos de ellos habían sido en tierra y otro en nicho, por lo que le había tocado preparar dos de las tumbas y cavar y luego preparar la pequeña grúa para el nicho. A su edad ya el esfuerzo físico lo acusaba mucho. Cierto es que podría estar prejubilado, pero como tampoco nadie quería hacerse cargo de este trabajo en el pueblo, le seguían renovando año tras año. Por otro lado él no quería quedarse en casa sin hacer nada, además su trabajo le gustaba.
Tenía el cementerio impoluto, no había cruz o losa mal puesta, ni con grietas, ni tumba sin flores. Aquellas tumbas que estaban medio abandonadas por sus familiares él se permitía la licencia de ponerles unas macetas con flores para darles alegría y a las que cuidaba con esmero. El cementerio parecía un jardín de lo bonito y lleno de plantas, árboles y setos con formas, que diseñaba el mismo como en la película de “Eduardo Manostijeras”. La pena que tenía era pensar en que sería de su cementerio cuando ya no estuviera él al cargo, porque aquello requería mucho trabajo, vocación y amor. Un empleado joven no se iba a molestar en llevar flores para la tumba de Dª Ramona muerta en 1845, ni limpiar la losa de la tumba de la pequeña Ana Mondariz de 6 años muerta en 1936, que por estar bajo un árbol se llenaba de hojas en otoño y la cubrían por completo, y seguro que no limpiaría a diario las cagaditas de una pareja de golondrinas, que cada primavera  ocupaban el mismo nido sobre el tejadillo del nicho de Dº Ignacio de la Riva.

Cuando terminó el cigarro lo apagó y se dirigió hacia donde estaba construyendo su futura tumba, tenía una sencilla losa, aun sin nombre y a los pies de la misma había un pequeño espacio de tierra, con un espectacular rosal con injertos de rosas rojas, blancas y amarillas. ¡Estaba orgulloso de su obra!. Se sentó en una silla que tenía junto a su tumba y comenzó a pintar su nombre sobre la losa, solo dejaría pendiente la inscripción de la fecha de fallecimiento… eso ya lo rellenaría el futuro enterrador, que ya no sería de su familia, primero fue su abuelo, luego su padre y ahora él, con quien terminaba la saga de enterradores Martín Galán, porque no había tenido hijos…¡El último enterrador por vocación!

sábado, 3 de octubre de 2015

El señor de las moscas

He oído el despertador de mama, en unos minutos vendrá a despertarme y me pedirá que me vista y que vaya a la cocina a desayunar.


No quiero levantarme, ni hoy, ni nunca. ¡No quiero ir al cole! ¡Odio el cole!. Me gustaría estar enfermo o romperme una pierna….¿y si busco la forma de romperme una pierna? ¿me dejarían en casa o me obligarían a ir al colegio escayolado?, ¡seguro que me obligarían a ir incluso escayolado y sería aún peor!. Seguro que entonces todos se reirían de mi, como siempre, por torpe. Seguro que me tirarían y me harían la zancadilla. Me quitarían las muletas… No, no creo que esa sea buena idea.

El niño andaba en estos pensamientos cuando entró su madre en la habitación.

-¡Cielo, levanta, ya es la hora, vístete!.
Fue entonces cuando la madre se fijó en la cara del niño. Estaba ensangrentada, al igual que sus manos, las sábanas.
-¡Dios mío, hijo! ¿Qué te ha pasado?
-¿Por qué lo dices? Respondió el niño que en la oscuridad de su cuarto no se había percatado de nada.
-¡Hay sangre por toda la cama, tu cara, tus manos….!
-El niño se fijó en sus manos, tenía las uñas llenas de carne y sangre. Se había estado rascando nerviosamente la cara durante toda la noche, mientras pensaba en que, odiaba ir al cole, odiaba a sus compañeros, odiaba a sus padres por obligarle a ir, odiaba a todo el mundo. Se había destrozado el rostro.

La madre le limpió como pudo la sangre, le ayudó a vestirse, y con el nervio en el cuerpo  se organizó para que otra mama llevara a su otro hijo al cole mientras ella llevaba al niño a urgencias, luego llamaría al padre que ya estaría en la oficina para decirle lo que había pasado.

Mientras vestía a su hijo menor, éste le contó porque su hermano estaba así.
-¡Mama, lo ha hecho porque no quiere ir al cole, allí todos se meten con él!¡ le dicen idiota, torpe y gafotas! ¡incluso le pegan y le roban el desayuno! Yo lo he visto, pero me da miedo decir nada y a él también.
La mujer no daba crédito a lo que estaba escuchando. ¿pero que me estas contando? ¿Cómo que pegan a tu hermano?¿quién lo hace? Pero… pero…
-¡Mama, él me obligó a no contártelo! pero tengo miedo por él. ¿no le va a pasar nada, verdad? Dijo con los ojos llenos de lágrimas.
-¡No hijo, tranquilo, ya verás como todo se soluciona!.¡Se va a poner bien!.dijo su madre, con voz temblorosa,  mientras le abrazaba.

Ahora lo veía todo claro, todo este tiempo, su aptitud, su negativa a ir al cole, su rebeldía, su rabia, ahora lo entendía. Nunca le dio importancia, pensaba que era cosa de críos. ¡Pobre! ¡Y nosotros sin hacer nada! ¿y en el colegio? ¿nadie se dio cuenta?¿porque nadie nos dimos cuenta? ¡Qué ciegos estamos los adultos!.Creemos en la inocencia de los niños y no sabemos que, a veces, estamos creando monstruos por la falta de tiempo para estar con ellos y educarles, ayudarles, aconsejarles, consolarles, vivir con ellos y no solo vivir para ellos.
Mientras pensaba en lo que le había pasado a su hijo, a la madre se le vino a la mente el libro de ¡El señor de las Moscas!....

jueves, 1 de octubre de 2015

Morir dignamente


¡Dejadme ir en paz!
¡Mi cuerpo no aguanta más!
¡Yo, no aguanto más!
Cada vez que recupero un poco la consciencia, es tal el dolor que, solo quiero que me seden de nuevo y dejar de sufrir.
Ya no puedo hablar así que no puedo pedir que me ayuden a morir.Veo a mis hijos mirándome con pena, porque saben que sufro, y les veo con sentimiento de culpabilidad porque desean mi muerte y eso psicológicamente les machaca.
Si pudiera, les diría que no sufran por mí, pero que me ayuden a marchar y descansar.

Aquí ya no hago nada, ni  siquiera verles a ellos me provoca felicidad, al revés, verles sufrir me provoca más dolor. Ojalá pudiera con alguna parte de mi cuerpo dar a un botón y terminar con todo, pero mi cuerpo no responde y los médicos no quieren desconectarme y a mi familia no la dejan.Si pudiera suicidarme lo haría, pero no puedo…
¡Por favor, dejadme ir en paz!