lunes, 12 de octubre de 2015

Enterrador por vocación

Encendió el cigarro y aspiró lentamente, mientras dejaba su mente en blanco. Estaba cansado, había sido un día duro. Había tenido tres entierros seguidos, cosa poco frecuente, dos de ellos habían sido en tierra y otro en nicho, por lo que le había tocado preparar dos de las tumbas y cavar y luego preparar la pequeña grúa para el nicho. A su edad ya el esfuerzo físico lo acusaba mucho. Cierto es que podría estar prejubilado, pero como tampoco nadie quería hacerse cargo de este trabajo en el pueblo, le seguían renovando año tras año. Por otro lado él no quería quedarse en casa sin hacer nada, además su trabajo le gustaba.
Tenía el cementerio impoluto, no había cruz o losa mal puesta, ni con grietas, ni tumba sin flores. Aquellas tumbas que estaban medio abandonadas por sus familiares él se permitía la licencia de ponerles unas macetas con flores para darles alegría y a las que cuidaba con esmero. El cementerio parecía un jardín de lo bonito y lleno de plantas, árboles y setos con formas, que diseñaba el mismo como en la película de “Eduardo Manostijeras”. La pena que tenía era pensar en que sería de su cementerio cuando ya no estuviera él al cargo, porque aquello requería mucho trabajo, vocación y amor. Un empleado joven no se iba a molestar en llevar flores para la tumba de Dª Ramona muerta en 1845, ni limpiar la losa de la tumba de la pequeña Ana Mondariz de 6 años muerta en 1936, que por estar bajo un árbol se llenaba de hojas en otoño y la cubrían por completo, y seguro que no limpiaría a diario las cagaditas de una pareja de golondrinas, que cada primavera  ocupaban el mismo nido sobre el tejadillo del nicho de Dº Ignacio de la Riva.

Cuando terminó el cigarro lo apagó y se dirigió hacia donde estaba construyendo su futura tumba, tenía una sencilla losa, aun sin nombre y a los pies de la misma había un pequeño espacio de tierra, con un espectacular rosal con injertos de rosas rojas, blancas y amarillas. ¡Estaba orgulloso de su obra!. Se sentó en una silla que tenía junto a su tumba y comenzó a pintar su nombre sobre la losa, solo dejaría pendiente la inscripción de la fecha de fallecimiento… eso ya lo rellenaría el futuro enterrador, que ya no sería de su familia, primero fue su abuelo, luego su padre y ahora él, con quien terminaba la saga de enterradores Martín Galán, porque no había tenido hijos…¡El último enterrador por vocación!

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