lunes, 20 de noviembre de 2017

Unas alforjas para mi bicicleta

Cuando mi marido me abandonó y se marchó con una mujer más joven, decidí que mi vida necesitaba un cambio. Después de mucho pensar, me di cuenta de que en ese momento de mi vida: mis hijos, ya mayores, no me necesitaban; mis padres, muy mayores pero sanos, tampoco me necesitaban; mi trabajo, muy aburrido y con mucha gente capaz de hacer lo mismo que yo, no me necesitaba.

Así que pedí una excedencia en la empresa, me despedí de mis padres, me despedí de mis hijos y a mis cincuenta y dos años: me compré una bicicleta de montaña, me renové el pasaporte, me saqué varias tarjetas de crédito, compré un buen saco de dormir, unas grandes alforjas donde metí lo mínimo e imprescindible…. y emprendí un largo viaje.

No informé a nadie de la forma en la que iba a viajar porque: mis hijos se habrían reído de mí ya que no me habían visto montar en bicicleta más de dos horas seguidas; mis padres se habrían preocupado por lo que me podía pasar viajando sola y ¡a mi edad!; en mi empresa pensarían que estaba loca y probablemente a mi vuelta no habría un puesto esperándome.

Creo que si lo hubiera pensado dos minutos no lo habría hecho, pero sinceramente no lo pensé. Fue algo impulsivo. Fue una necesidad.

Vivía en Madrid y salir de esa locura de ciudad me costó bastante. Me había agenciado unas buenas baterías portátiles para poder cargar el móvil y poder así usar el GPS para mi viaje. Fui por caminos y rutas ciclistas. A los diez kilómetros ya estaba agotada y por un momento pensé que estaba loca y que no sería capaz ni de salir de la ciudad. Pero algo en mi ego interno me hizo reaccionar y continué pedaleando, sin querer sentir el dolor del culo, el dolor de piernas, el dolor de espalda y el dolor de mi alma.

A día de hoy llevo más de cuatro mil kilómetros en mis piernas. Durante varios meses he viajado, siguiendo la maravillosa costa francesa, parándome en cada pueblecito costero, comiendo en pequeños bares y durmiendo en campings o directamente al aire libre en las playas. He atravesado Italia viendo las principales ciudades. He comido la verdadera pizza y los increíbles helados que me hacían más llevaderos los días de calor. He viajado en ferry para llegar a Grecia y he visitado los antiguos templos griegos que me han transmitido la paz y serenidad que necesitaba. He visitado varias islas idílicas como Corfú, la cual tenía ganas de conocer desde que en mi infancia leí a Gerald Durrell y su libro “Mi familia y otros animales”.

He tenido varios incidentes: una vez me robaron una mochila con toda la documentación y dinero mientras dormía en una playa. Afortunadamente la gente de la embajada Española en Italia, donde me sucedió, se portaron genial, me dieron asilo durante dos días hasta que solucioné todo los papeleos y me permitieron gestionar por teléfono con el banco el envío de nuevas tarjetas. El seguro de viaje que contraté me ayudó también cuando me puse enferma y tramitaron todo lo necesario para que yo pudiera estar en el hospital varios días. Varias veces he tenido que salir apurada por persecuciones de perros pastores. Pero en general puedo decir que he tenido mucha suerte y la gente se ha portado muy bien conmigo.

He visto tantos sitios, he conocido a tanta gente buena que lo único que puedo decir es que a día de hoy no quiero parar, no quiero volver. Mis hijos y mis padres se han alternado para venir a verme en varios de los destinos, aprovechando las vacaciones de verano o navidad. Con mis hijos quedamos en Italia durante la navidad, pasamos una semana maravillosa, y con mis padres quedamos en Grecia. Ya no están tan preocupados por mí, porque me ven bien.

Mi próxima parada es Estambul. No sé si podré seguir mucho más porque ya no me queda casi dinero. Quizás tenga que volver y trabajar durante otro tiempo para ahorrar y seguir conociendo mundo. Al fin he descubierto mi gran vocación. ¡Viajar!

lunes, 13 de noviembre de 2017

Electroshock


Y se ríe mientras me mira a ver que hago yo, pero yo no río.

Desde que su padre murió, no consigo sonreir, no consigo hablar, no consigo vivir.

Mi pequeño hijo lo intenta una y otra vez incansable. Me habla, me cuenta su día en la escuela, me llena de besos, me peina, me limpia la baba que se me cae cuando me da de comer.

Pero mi cuerpo no responde, no siento nada. Ni siquiera siento pena por no poder dar a ese pequeño lo que tanto merece, un abrazo, un beso, una sonrisa.

Escucho a los médicos hablar con mis ancianos padres, dicen que mi recuperación parece difícil, que me he quedado en un extraño estado de  catatonia y solo en ocasiones otro shock es el que conseguiría despertarme de este estado. Les están pidiendo permiso para hacerme un tratamiento mediante corriente eléctrica. Veo a mis padres llorar y decir que por favor hagan cualquier cosa que pueda devolver a su hija al mundo real. Se marchan para formalizar el trámite y me dejan a solas con mi hijo. Este me da su manita y me acaricia.

Aún así no me importa nada, siento un enorme vacío en mi cuerpo, como si  estuviera flotando en otra dimensión.

Las voces suenan huecas, lentas y cada vez más lejanas.

De repente una luz me ciega y siento la necesidad de ir hacia ella, lentamente. Creo entender que me estoy muriendo y me gusta, siento mucha paz, me olvido de que tengo padres, un hijo, hermanos…

No me importa nada, solo quiero terminar con esto. Me voy, me voy, dulcemente….

Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii

Abro los ojos y veo un techo color blanco que no reconozco. Giro lentamente la cabeza y entonces veo la carita de mi pequeño hijo con una palas de un desfibrilador en la mano y con su eterna y dulce sonrisa.
-¿ya has vuelto mama? Me pregunta.
-Te habías muerto como en las películas. ¿estás ya viva? Me dice abriendo unos ojos muy grandes.

Y Sí, aunque me parece increíble, me siento bien, y solo quiero abrazarlo y besarlo y decirle cuanto le quiero y cuanto le he echado de menos. Él se sube a mi cama y quedamos enlazados en un gran abrazo.

Así es como nos encontraron los médicos y mis padres cuando volvieron a la habitación con los documentos firmados para hacerme un electroshock.

Ya no hacía falta, mi hijo me había devuelto al mundo de los vivos y ya no pensaba volver a irme. Al menos voluntariamente.

En la vida siempre hay alguien por el que merece que sigamos luchando. ¡Gracias hijo!

viernes, 11 de agosto de 2017

Mi soledad y yo


…Mi soledad y yo decidimos separarnos por un tiempo. Nos sentamos y charlamos tranquilamente sobre nosotras, nuestras vidas, nuestras inquietudes. Llevábamos tanto tiempo juntas que poco a poco la rutina, la costumbre y el paso del tiempo nos estaban convirtiendo en dos desconocidas. Ya no solíamos hacer cosas juntas, no manteníamos aquellas charlas metafísicas y filosóficas de la adolescencia que nos quitaban el sueño, ya no resolvíamos los pequeños problemas juntas, no compartíamos más que el mismo cuerpo.
La charla duró todo el invierno, ambas éramos conscientes de que tal vez sería el último que pasábamos juntas por lo menos en muchos años, por eso lo recuerdo de manera muy especial, con mucho cariño y a la vez con tristeza.
Llegó la primavera y el tímido sol comenzó a acariciarnos tiernamente tras los cristales de la habitación y un buen día al salir a la calle levanté el brazo para llamar a un taxi y cuando volví la cabeza me encontré con sus ojos que me decían adiós, fueron solo unos segundos pero nos dijimos todo con una sola mirada. Ella se quedó en la acera mirándome y yo marché en aquel taxi con los ojos llenos de lágrimas rumbo a la maternidad. Aquel día di a luz a mi primer hijo, era consciente de que a partir de ese día no volvería a estar sola durante muchos años. Tal vez, cuando fuera una anciana volvería a ver a mi soledad, pero mientras tenía un pequeño ser indefenso que necesitaba toda mi atención…

El ladrón de carteras

Yo robaba carteras desde que tenía cuatro años. Mi padre, se podría decir que era ladrón profesional, cada día me entrenaba para sustraer cosas a la gente al descuido.
Él era realmente bueno, había sido detenido muy pocas veces y nunca había estado en la cárcel y eso en mi barrio era todo un triunfo. Se había ganado el respeto de la gente y en casa tenía montado lo que podría decirse “Una academia para ladrones”. 
Algunos días después del colegio nos íbamos los dos al metro y practicábamos. Si alguna vez me pillaban cogiendo algo, mi padre siempre salía del paso haciéndose el apurado, incluso se ponía colorado e interpretaba el discurso de… ¡Estos niños, qué vergüenza! ¡Lo siento mucho, tanta televisión! ¿donde lo habrá aprendido?… le devolvía lo sustraído y nos bajábamos en la siguiente parada.
Lo cierto es que había días en que el botín nos permitía comprar algunas zapatillas de deporte sin tener que heredar las de mis hermanos o comprar los libros para el cole o hacer la compra para una semana o pagar el alquiler. Nuestra economía no era muy buena así que cualquier ayuda era bien recibida.
Lo que si tenía claro mi padre es que, aunque me enseñara el oficio, no quería que yo me dedicara a ello de mayor, me instaba a estudiar y como él no me podía ayudar porque con dificultad sabía leer y escribir, me mandaba por las tardes al bar de su amigo Manolo. Allí ayudaba en lo que podía y aprendí bien las matemáticas, Manolo no necesitaba máquina registradora, me decía en alto la comanda y yo le calculaba el precio. ¡A ver niño! ¿Cuánto son dos cafés, dos porras, una barra para aceite y un chato de vino? Y yo le decía la suma. Aprendí también pronto a leer, así que me aprendía de memoria los diarios deportivos que había en el bar y luego los recitaba a los clientes si preguntaban por tal o cual fichaje o por el resultado de los partidos.
Con el tiempo seguí estudiando y aprovechaba los viajes de ida y vuelta del colegio, instituto y posteriormente de la universidad para sustraer algo en el metro. Para mis gastos. Algo no muy llamativo para no causar sospechas. Cambiaba mucho de líneas y horas de trayecto. Nunca me pillaron. Tuve el mejor de los maestros.
También realicé muchos trabajos eventuales y mal pagados pero que me permitía seguir con mis estudios. No quería terminar como la mayoría de mis vecinos y amigos. Entrando y saliendo de la cárcel, malviviendo.
Finalmente acabé la carrera de derecho y me hice abogado. Supongo que pensé que era una buena forma de ayudar a mis amigos del barrio, porque ellos seguían con el menudeo, los robos, el trapicheo de la droga… En fin, muchos de ellos iban a necesitar en el futuro un buen abogado, ¿Quién mejor que yo?
La vida nos da lecciones y elecciones. Yo elegí no ser como mi padre. Ahora vivo fuera del barrio aunque voy mucho por trabajo. Mis principales clientes están allí, aunque ellos no son quienes pagan mis facturas, para ellos lo hago gratis. Tengo una vida bastante normal, trabajo en un buen bufete que me permite además tener “mis clientes” sin facturación. Me casé y tengo dos niños preciosos, a los que el abuelo intentó enseñarles el arte de la sustracción, pero, curiosamente, a pesar de ser buenos con los móviles y la Playstation no son nada hábiles con las manos para la sustracción, así que los ha dejado por imposible.
Para terminar decir que mi padre, a su edad sigue sustrayendo carteras, pero ahora cuando le pillan, que cada vez es más a menudo, vuelve a hacer un numerito de actor profesional, ahora se hace el abuelo que chochea y al que le ha dado por robar. Lleva mi número de teléfono en un papel y se lo da al agente de seguridad de turno para que me llamen y le vaya a recoger. Yo me suelo hacer el sorprendido, les digo que esta senil y que perdonen las molestias y me lo llevo.
Reconozco que yo podría haber sido mejor ladrón que él, pero no me gustaba lo que implicaba, aunque, ¿Quién sabe?, quizás de mayor se me vaya la cabeza y me dé por volver a los orígenes y terminar mis días como los comencé.

El viaje del León


Tiró la colilla al suelo y mientras la apagaba con el pie sacaba otro cigarro del paquete y lo encendía de forma compulsiva. Estaba nervioso, aquello se le estaba yendo de las manos. Algo que tendría que haber sido un simple trámite burocrático se había convertido en un secuestro con rehenes y él era el responsable.

Tenía que viajar a Canadá con urgencia y se había dado cuenta ayer de que tenía el pasaporte caducado. Se acercó a la comisaría del aeropuerto, donde te dejaban hacer pasaportes de urgencia si lo justificabas.

Su mujer había tenido un accidente y había sido hospitalizada en Canadá durante un viaje de trabajo. Al parecer estaba grave pero no sabían explicarle bien lo que había sucedido, la agencia de viajes se había puesto en contacto con él porque era la persona de referencia que venía en los papeles de viaje por si ocurría una emergencia. Le habían enviado un justificante y un billete para el vuelo del día siguiente. Solo había uno al día.

Cuando la mujer policía que hacía los pasaportes comenzó a ponerle pegas, fue cuando Julián comenzó a inquietarse. Necesitaba viajar el día siguiente, sí o sí.

Siempre había sido un hombre de carácter difícil y violento, tenía antecedentes por un par de peleas que habían terminado con sus contrarios en el hospital. Saber Karate le había perjudicado, no a la hora de defenderse, pero si a la hora de ser culpado por abuso al usar el Karate. Ya que, mientras él solía salir indemne de las peleas, sus contrarios solían salir bastante maltrechos. Tuvo que endeudarse un par de veces para poder pagar las indemnizaciones de dichas peleas.

Conocer a Gala fue lo mejor que le pasó en su vida, le calmó y le proporcionaba una estabilidad emocional. Todo aquel que le conocía decía que era increíble como Gala había convertido al león en un tierno gatito. Pero ahora ella estaba en problemas y a él no querían dejarle viajar. Eso le bloqueó y le cabreó.

Ahora trataba de recordar cómo había surgido todo. Empezó por discutir con la mujer policía que llevaba su expediente, pidió hablar con el inspector jefe, comenzó a subir la voz cada vez más y dar golpes en la mesa. Le amenazaron diciendo que si no se calmaba le iban a detener. En ese momento le salió la vena agresiva y comenzó a despotricar de manera excesiva, lo que dio lugar a que dos agentes se acercarán a él con la intención de reducirle. En un visto y no visto él les había dejado KO con dos patadas, un Ushiro Geri y un Kin Geri  de libro y un par de Shuto Uchi en el cuello hicieron el resto. Cogió el arma de uno de los policías que ahora se encontraba inconsciente en el suelo y amenazó con disparar a todo aquél que se moviera un milímetro de su sitio.

De nuevo estaba bloqueado, ¿Cómo iba a salir de aquel lío? Ahora no estaba Gala para hacer de su abogada defensora, como en las otras ocasiones.  Así fue como la conoció. Ella le fue asignada como abogada de oficio en una de sus detenciones. Ella consiguió reducir bastante el coste de la indemnización y evitar que fuera a prisión. Siempre con una sonrisa en la boca y una risa fresca. La segunda vez que le defendió decidió que tenía que cambiar por ella, se había enamorado sin remedio. Ella accedió a una cena cuando terminó el segundo juicio y cuando se besaron en la despedida supo que ya no podría vivir sin ella. Haría lo que fuera por estar con ella y efectivamente cambió y le gustó la persona en la que se convirtió gracias a ella.

Todo iba bien en su vida hasta ahora. Este trance le estaba devolviendo a sus orígenes y no le gustaba. Reunió a todos los presentes en un lado de la sala, previamente les había quitado los móviles y las armas. Cerró la puerta principal, cambiando el cartel a Cerrado. Quizás pudiera ganar algo de tiempo para pensar.

Mientras andaba como un león enjaulado de un lado al otro de la oficina y fumaba un cigarro tras otro, sin dejar de apuntarles con la pistola vio, a través de las puertas de la entrada principal, como se habían reunido fuera un grupo de antidisturbios. Alguien habría podido avisar antes de que él les quitara los móviles. ¿Qué podía hacer? Comenzó a pensar que aquello no tenía sentido, había hecho una estupidez, nada iba a salir bien para él. En realidad no quería hacer daño a nadie, fue un ataque derivado de la impotencia de no poder estar con Gala cuando más le necesitaba.

Una llamada le sacó del trance, descolgó el teléfono que sonaba en una mesa cercana. Un hombre se presentó como mediador y le comunicó que todo iba a salir bien, que solo querían saber que había pasado y preguntó qué es lo quería. En ese momento Julián se echó a llorar y le contó todo a ese desconocido. Hablaron durante una hora, donde Julián le contó toda su vida, mientras los rehenes le escuchaban en silencio como quien escucha un serial de radio. Finalmente dejo el arma en la mesa y se entregó….

Dos días más tarde volaba rumbo a Canadá. Ningún rehén había querido denunciarle. Creo que todos se pusieron en su piel durante un momento de empatía. Finalmente le habían proporcionado el pasaporte.

Por fin podría estar con Gala, lo que no sabía es lo que se iba a encontrar allí. Pero eso….es otra historia.

miércoles, 26 de julio de 2017

El cocinero


Se asomó sola por la escotilla para ver amanecer, respiró profundamente, le encantaba el olor a mar, quiso disfrutar de ese instante porque quizás fuera su último día en aquel barco.
Sabía que el cocinero estaba desquiciado por su culpa y seguro que en un descuido del resto del personal cogería alguno de aquellos enormes cuchillos y la cortaría en pedacitos.
Tendría que ir con cuidado si no quería acabar en una olla, ¡aunque el guiso de rata, dicen que está muy duro!

El cuchillo cebollero


-¡Es como sale mejor!…dijo mi madre, mirándome fijamente mientras frotaba con agua oxigenada la sangre de su vestido. 

Yo aún sostenía el cuchillo cebollero, estaba inmóvil y en ropa interior en mitad de la cocina sin saber cómo reaccionar, completamente paralizada. En cambio mi madre actuaba como si no hubiera pasado nada, incluso comenzó a canturrear.
-¿Qué va a ser de mí ahora? Le pregunté.
-¡Nada! Contestó ella ¡eres menor de edad y fue en defensa propia!
-¡Pero no es verdad, fuiste tú, no yo! 
Ella me fulminó con la mirada y dijo ¿Qué prefieres? ¿perder a ese monstruo o a los dos?

Genéticamente compatible


Debo decidir si quiero un hermanito o no, mi madre me pregunta si me gustaría uno para jugar con él, pero estoy pensando que no me apetece compartirla con nadie.
Mis amigas con hermanitos dicen que son un incordio. Por otro lado, veo triste a mama. La escuché hablando con la yaya sobre que la única solución para mí era tener un hermano genéticamente compatible. No sé que significa eso, mejor lo pienso otro día, hoy estoy cansada y además se ha agotado el gotero, hay que llamar a la enfermera.