Desde que su padre murió, no consigo sonreir,
no consigo hablar, no consigo vivir.
Mi pequeño hijo lo intenta una y otra vez
incansable. Me habla, me cuenta su día en la escuela, me llena de besos, me
peina, me limpia la baba que se me cae cuando me da de comer.
Pero mi cuerpo no responde, no siento nada.
Ni siquiera siento pena por no poder dar a ese pequeño lo que tanto merece, un
abrazo, un beso, una sonrisa.
Escucho a los médicos hablar con mis ancianos
padres, dicen que mi recuperación parece difícil, que me he quedado en un extraño
estado de catatonia y solo en ocasiones otro shock es el que conseguiría despertarme
de este estado. Les están pidiendo permiso para hacerme un tratamiento mediante
corriente eléctrica. Veo a mis padres llorar y decir que por favor hagan cualquier cosa que pueda
devolver a su hija al mundo real. Se marchan para formalizar el trámite y me
dejan a solas con mi hijo. Este me da su manita y me acaricia.
Aún así no me importa nada, siento un enorme
vacío en mi cuerpo, como si estuviera
flotando en otra dimensión.
Las voces suenan huecas, lentas y cada vez
más lejanas.
De repente una luz me ciega y siento la
necesidad de ir hacia ella, lentamente. Creo entender que me estoy muriendo y
me gusta, siento mucha paz, me olvido de que tengo padres, un hijo, hermanos…
No me importa nada, solo quiero terminar con
esto. Me voy, me voy, dulcemente….
Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii
Abro los ojos y veo un techo color blanco que
no reconozco. Giro lentamente la cabeza y entonces veo la carita de mi pequeño
hijo con una palas de un desfibrilador en la mano y con su eterna y dulce
sonrisa.
-¿ya has vuelto mama? Me pregunta. -Te habías muerto como en las películas. ¿estás ya viva? Me dice abriendo unos ojos muy grandes.
Y Sí, aunque me parece increíble, me siento
bien, y solo quiero abrazarlo y besarlo y decirle cuanto le quiero y cuanto le
he echado de menos. Él se sube a mi cama y quedamos enlazados en un gran
abrazo.
Así es como nos encontraron los médicos y mis
padres cuando volvieron a la habitación con los documentos firmados para
hacerme un electroshock.
Ya no hacía falta, mi hijo me había devuelto
al mundo de los vivos y ya no pensaba volver a irme. Al menos voluntariamente.
En la vida siempre hay alguien por el que
merece que sigamos luchando. ¡Gracias hijo!
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