lunes, 13 de noviembre de 2017

Electroshock


Y se ríe mientras me mira a ver que hago yo, pero yo no río.

Desde que su padre murió, no consigo sonreir, no consigo hablar, no consigo vivir.

Mi pequeño hijo lo intenta una y otra vez incansable. Me habla, me cuenta su día en la escuela, me llena de besos, me peina, me limpia la baba que se me cae cuando me da de comer.

Pero mi cuerpo no responde, no siento nada. Ni siquiera siento pena por no poder dar a ese pequeño lo que tanto merece, un abrazo, un beso, una sonrisa.

Escucho a los médicos hablar con mis ancianos padres, dicen que mi recuperación parece difícil, que me he quedado en un extraño estado de  catatonia y solo en ocasiones otro shock es el que conseguiría despertarme de este estado. Les están pidiendo permiso para hacerme un tratamiento mediante corriente eléctrica. Veo a mis padres llorar y decir que por favor hagan cualquier cosa que pueda devolver a su hija al mundo real. Se marchan para formalizar el trámite y me dejan a solas con mi hijo. Este me da su manita y me acaricia.

Aún así no me importa nada, siento un enorme vacío en mi cuerpo, como si  estuviera flotando en otra dimensión.

Las voces suenan huecas, lentas y cada vez más lejanas.

De repente una luz me ciega y siento la necesidad de ir hacia ella, lentamente. Creo entender que me estoy muriendo y me gusta, siento mucha paz, me olvido de que tengo padres, un hijo, hermanos…

No me importa nada, solo quiero terminar con esto. Me voy, me voy, dulcemente….

Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii

Abro los ojos y veo un techo color blanco que no reconozco. Giro lentamente la cabeza y entonces veo la carita de mi pequeño hijo con una palas de un desfibrilador en la mano y con su eterna y dulce sonrisa.
-¿ya has vuelto mama? Me pregunta.
-Te habías muerto como en las películas. ¿estás ya viva? Me dice abriendo unos ojos muy grandes.

Y Sí, aunque me parece increíble, me siento bien, y solo quiero abrazarlo y besarlo y decirle cuanto le quiero y cuanto le he echado de menos. Él se sube a mi cama y quedamos enlazados en un gran abrazo.

Así es como nos encontraron los médicos y mis padres cuando volvieron a la habitación con los documentos firmados para hacerme un electroshock.

Ya no hacía falta, mi hijo me había devuelto al mundo de los vivos y ya no pensaba volver a irme. Al menos voluntariamente.

En la vida siempre hay alguien por el que merece que sigamos luchando. ¡Gracias hijo!

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