miércoles, 2 de abril de 2014

Cartas a mi misma

...Cuando el mundo digital se expandió y relegó el lápiz y el papel a un triste rincón, sentí que parte de mi vida se había perdido. 
Desde niña me encantó escribir cartas a mis amigos, escribir cuentos, diarios, noticias. Pero ahora ya nadie escribe cartas en papel y mi correspondencia se ha reducido a facturas. 
Un día, de esos en lo que todo te sale mal y quisieras morirte o gritar, decidí escribirme una carta a mi misma para desahogarme. A los dos días cuando recibí mi propia carta en el buzón y la leí, sentí como si me lo contara otra persona y pude pensar en el problema desde fuera. Eso me ayudó a encontrar una solución y verlo todo desde otro punto de vista. Con la razón reinando sobre el corazón. 
Poco a poco tomé la costumbre de escribirme con asiduidad y eso me ayudó a comprender mi vida, mis actos y a disfrutarlo todo dos veces. 
Fueron pasando los años y un día el cartero llamó a mi puerta.¡me extrañó! normalmente dejaba las cartas en el buzón. Me dio una de mis cartas y me dijo.¡vengo a despedirme, me jubilo y hoy es mi último día! Usted ha sido la única persona en años a la que he llevado cartas que no fueran facturas o papeleo burocrático y quería despedirme personalmente. Le invité a un café y charlamos durante horas. Descubrí en él a una persona singular, me contó que por mi letra sabía cuando había tenido periodos de tristeza, alegría o de emoción y que en cierto modo había sido un pequeño espía de mi vida sin quererlo. Desde el día que vio que el remitente y el destinatario eran la misma persona comenzó a interesarse por mí, al principio pensó que estaba algo loca, pero luego se imaginó una historia sobre porqué me escribía a mi misma. Le pedí que me la contara, pero respondió que mejor me la escribía y me la enviaría por carta. Me pidió que le contestará también a él por carta. Era viudo, sus hijos vivían lejos y ahora que se iba a jubilar no sabía que iba a hacer con su vida. 
Durante muchos años nos carteamos con asiduidad y llegamos a conocernos muy bien y a ser muy buenos amigos. 
Una mañana recibí una carta, con la letra de otra persona, donde me comunicaban su muerte. Me escribía una hija suya. Ella sabía de nuestra correspondencia y decidió comunicármelo. Se lo agradecí por escrito y le reenvié todas las cartas que durante años me había mandado su padre y en las cuales me hablaba de como había sido su vida, de como eran sus hijos, de sus sentimientos por tenerles lejos, de tantas y tantas cosas. Imaginé que sería un buen recuerdo para esos hijos saber cuanto amor sentía su padre por ellos, cuantos sacrificios realizó y entender un poco más a ese gran hombre que fue mi amigo "El cartero".

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