…An-Shi
robaba tumbas desde que tenía cuatro años, su padre le hacía entrar por unos
agujeros minúsculos y tenía que buscar los objetos que le indicaba bajo amenaza
de una paliza si no le hacía caso. Nunca tuvo, por suerte, miedo a la oscuridad
y con los años se convirtió en uno de los mejores expoliadores de tumbas, tanto,
que estuvo muchos años en Egipto contratado por un grupo organizado de venta
ilegal de antigüedades. Con el tiempo volvió a china, su país, porque le entró
nostalgia. Pero allí quedaba poco que robar ya, demasiada gente en el negocio. Acababa
de cumplir 40 años y había decidió dar un último golpe que le permitiera
retirarse e intentar que su familia llevara una vida normal, educar bien a sus
hijos e intentar que tuvieran una vida digna que él no pudo tener. Pero,
aquella noche, mientras hacía un túnel, junto a dos amigos en una de la tumbas
de la dinastía Ming a unos 50 kilómetros de Pekin
y que ahora se había convertido en atracción de turistas, se le derrumbó el
techo y quedó atrapado. Sus dos amigos, muertos de miedo, se marcharon sin dar
ningún aviso y él quedó a oscuras, sin poder moverse y medio enterrado. Durante
mucho tiempo estuvo solo, atrapado, recordando su infancia y echando de menos
aquel pequeño cuerpo gracias al cual se escabullía por agujeros diminutos. Pasó
demasiado tiempo hasta que lo encontraron, quizás si sus amigos hubieran hecho
algo An-Shi seguiría con vida, pero cuando las autoridades lo encontraron fue demasiado
tarde. Con él desaparecía una de las profesiones más antiguas del mundo…
No hay comentarios:
Publicar un comentario