...Las olas le
daban miedo, cada vez que una se acercaba, la niña salía corriendo hacia su
madre dando grititos. Mi hija la miraba sin entender cómo podía tener miedo ¡era
solo agua!. Se acercó a ella y le dijo ¡Hola me llamo Ana!¿y tú? ¿quieres se mi
amiga?. La niña sonrió y dijo que sí y que se llamaba Lourdes. Y juntas se
pusieron hacer castillos de arena, al rato, estaban las dos jugando en el agua
y saltando olas. La madre de Lourdes se acercó a mi y dijo que estaba encantada
porque mi hija había conseguido lo que ellos en dos días de intentos no habían
logrado. Lourdes tenía síndrome de Down y cuando se negaba a algo era muy
complicado hacerla cambiar de opinión. En ese momento pensé que ojala los
adultos fuéramos a veces más como los niños que no se fijan tanto en las diferencias, si no en las semejanzas y mi hija
solo veía en ella a otra niña con la que jugar y pasarlo bien...
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