Era la séptima vez que llamaba y saltaba el contestador,
pero nunca decía nada y colgaba. En realidad no tenía nada que decir porque
sabía que ella ya no lo iba a escuchar. De hecho nunca más podría hablar con
ella, ni tomarse un café con ella, ni besarla, ni abrazarla, se había ido para
siempre. Pero aún conservaba dado de alta su número de móvil y pagaba la
factura, solo para poder llamarla y escuchar su voz en el contestador.
Cuando la echaba mucho de menos llamaba a su móvil,
esperaba hasta que saltaba el contestador y eso le calmaba un poco.
Un mal día no aguantó más y tras terminar de escuchar el
mensaje comenzó a hablar con ella como si estuviera viva, a reprocharle con
dolor que se hubiera ido, que la echaba de menos, que no podía seguir viviendo
así, que no dormía, que no podía centrarse en el trabajo, que todo le recordaba
a ella...iba a continuar pero hay un límite para dejar el mensaje y se cortó.
Volvió a marcar y dejó otro mensaje, y luego otro y otro hasta que dejó de
salir el mensaje de Ana y una voz metálica que informó que el buzón del usuario
llamado estaba lleno y ya no permitía dejar más mensajes y que sentían las
molestias ocasionadas. Ahora ya no le quedaba ni su voz, definitivamente Ana se
había ido para siempre, tenía que asumirlo, miró el móvil por última vez y lo
tiró a la basura...
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