...La mosca revoloteaba sobre mi cabeza, se posaba en mi
cara, se elevaba, se posaba en un brazo, se elevaba, volvía a posarse en mis piernas desnudas. Dí una patada al
aire y la mosca alzó el vuelo. Cuando volví a coger el sueño me despertó otra
vez su zumbido en mi oreja. Finalmente me rendí y me levanté de la siesta. Con
aquellos seres minúsculos y tenaces no había manera de descansar. Había probado
muchos sistemas para matarlas, pero siempre quedaba alguna mosca cojonera que
no me dejaba dormir la siesta. El mal humor me hizo coger un matamoscas manual
y perseguirla por la casa hasta que la vi posarse en una mesa. Levanté la mano,
fije la mirada en mi objetivo y ¡Zasss! la aplasté y tiré su cadáver al suelo.
Una sonrisa de triunfo se reflejó en mi cara, era como ganar una batalla,
quizás era ridículo sentirse así ya que ella solo era una diminuta mosca y yo
un humano grandote y fuerte, pero me sentí bien porque a mí me gusta ganar
siempre. Me volví al sofá cerré los ojos y cuando ya estaba sumido en un
profundo y plácido sueño de siesta veraniega, con babilla incluida cayendo por
un surco de mi boca. ¡Zzzzzzzzz! ¡Otra mosca se posó en mi nariz!. ¿otra mosca?
¡No!. Miré al suelo y donde debería estar el cadáver de la mosca asesinada solo
había un gran vacío. ¡Finalmente había ganado ella!...
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